28 agosto, 2016

Tuvimos el hoy.

Foto y edición de Taylor McCormick.

Muchos de nosotros no sabemos lo que tenemos. No sabemos que tenemos la libertad más extravagante y lujosa.
Jóvenes y niños van a la escuela, regresan a casa, salen con sus amigos, regresan a casa, tienen qué comer y dónde dormir, tienen qué vestir, y a veces, hasta se dan el lujo de vestir ropa de marca, tienen varios pares de zapatos, sus pies no están desnudos y agrietados: disfrutan de eso; tienen sustento económico que, si no es alto, al menos provee para sobrevivir. 
Nosotros no estamos corriendo desnudos, sangrantes, quemados por una bomba o un misil sobre las calles de la ciudad, gritando, llorando e implorando solo un poco de misericordia y paz. 
No vemos a niños y bebés muertos en los brazos de padres desolados y quebrantados hasta la médula, ni la sangre correr de civiles ancianos que quedan en medio del concreto.
Tenemos los brazos de nuestros padres para correr a ellos, y también tenemos los nuestros. No sufrimos de tener alguna enfermedad o una amputación, una quemadura de gravedad total o una depresión pensando en lo que realmente es la guerra.
Podemos salir a la calle y mirar el cielo azul y no creer que es rojo sangre. Podemos salir y caminar tranquilamente, visitar museos, restaurantes, pueblos,... nunca se nos pasa por la cabeza que en el mundo hay personas que salen a las calles pidiendo a Dios con terror que no se escuchen sonidos de metralletas o que no les llegue la hora. 
Decimos que "tenemos nuestras propias guerras internas", sobre todo, internas (esto es gracioso). Pero de hecho, ni siquiera tenemos la más mínima idea de eso. De una guerra.
Nosotros somos libres, y a veces pedimos de más... como si nos faltara algo. Qué tontos y egoístas somos. 

Qué tonta y egoísta soy yo.

Cuando veo su rostro, es cuando sé que soy aún más tonta y egoísta. Me siento impotente, lloro. Es como si las olas lo hubieran traído hasta mí, o algo parecido. Me gusta escribir esa metáfora en mi cabeza. La marea alta llegó hasta la orilla y lo trajo hasta mí, los problemas lo lanzaron entre las olas. Y todo es tan literal: Samir llegó en una lancha, como miles de refugiados sirios. Esperó en una fila, hora tras hora tras hora hasta que legalizó su estancia en mi país, Alemania. Trabajaba 15 horas seguidas al día en Turquía para poder conseguir el dinero para poder irse de Siria.
Los medios de comunicación nos informaron lo que ocurría en esta guerra horrible y cruel, la Guerra Civil de Siria. Dijeron que debíamos ayudarlos: mi familia es solidaria y sensible, son tan humanistas y cálidos que invitaron a dos chicas sirias y a un chico a quedarse en nuestra casa.
Nuestra casa es grande, tiene tres pisos y algunas habitaciones de servicio. Yo tengo un hermano, Hans, tiene 19 años. Yo soy Annika, tengo 23 años. Soy universitaria y... bueno, mi familia y yo somos cristianos evangélicos. 
¿Qué hacen unos musulmanes metiéndose a la casa de unos cristianos? ¿No es eso totalmente raro? Pues esto es lo que sucedió.

Cuando los refugiados llegaron a la casa, el par de chicas nos miraron con timidez, y probablemente, con miedo. El chico, que es Samir, en cambio, nos miró peor: tenía una mirada profunda y las cejas ligeramente fruncidas. Se la pasó así todo el día, ni siquiera nos despegaba la vista mientras comía la sopa.
Yo comprendía que los sirios aun no nos tuvieran confianza. Los alemanes no teníamos buena estigma desde las Grandes Guerras y el holocausto judío. Y si solo un alemán pudo haber diezmado 15 millones de vidas judías, ¿qué podía esperarse de miles de alemanes? Probablemente ellos creían que éramos racistas y locos asesinos.
Pero parecía que para muchas personas en Alemania y en el mundo entero, los sirios -y árabes, de hecho- eran los alemanes del Siglo XXI. Es por eso que yo creía que éramos iguales ante el mundo, y tenía una necesidad y anhelo tan grande en mi corazón por querer auxiliarlos.
No todos éramos del mismo calibre que Adolf Hitler.

Yo les enseñé sus habitaciones a las chicas y Hans le enseñó la habitación a Samir. 
Al principio, mientras pasaban las semanas, acepto que tuve miedo de Samir. Yo era de estatura media y él me pasaba los metros: era excesivamente alto y no tan escuálido. 
Y era tan serio cuando quería hablarle o bromear que sentía que un día por la noche me asesinaría o algo. 
No sabíamos su idioma ni ellos el nuestro, pero todos sabíamos inglés, así que nos comunicábamos así. Me llevé muy bien con Aisha y Marian, que eran las dos sirias, hablábamos de nuestras vidas y me contaron sus historias.

Entonces llegó el tiempo en que mi Universidad aceptó a refugiados sirios en la licenciatura que decidieran. Eran libres para estudiar, y si querían trabajar, siempre eran bienvenidos. 
Samir y yo nos íbamos juntos a la escuela. Ahí fue cuando en realidad lo conocí.

Lo primero que me dijo, cuando estábamos en el tren, me impactó: "Estamos fuera de peligro, ¿cierto?".
Y yo le toqué el hombro y asentí con una sonrisa: "Ya no tienes nada qué temer".

—No creo en Alá como tal—me dijo—. Le rezo si tengo problemas. Sé que tú sí le rezas a tu Dios, el Dios cristiano... no tendremos problemas con eso.
Tenía un acento gracioso en inglés y su pronunciación era entrecortada y un tanto torpe, yo entendía que estaba aprendiendo.
—Nosotros no lo llamamos "rezar", decimos "orar" porque un rezo es un cúmulo de palabras repetitivas, nosotros hablamos con Dios como hablo ahora contigo. Y gracias por aclararme que no tienes problemas con eso.
—No tengo problemas contigo. No te odio, es lo que pensabas, ¿sí?
—¿Qué? ¿Por qué dices eso?
—Lo vi en tus ojos. Bonitos. Azules como el mar. 
Le sonreí —Estamos fuera de peligro ahora. —Él me regresó la sonrisa.

Algunas noches escuchaba sus gritos desgarradores, Samir tenía pesadillas. Todos entraban a la habitación, papá lo despertaba y tranquilizaba, mamá preparaba té medicinal para que se relajara, Hans también lo ayudaba a tranquilizarse. Y yo solo estaba mirándolo conmocionada y no sabía si acercarme o no, porque pensaba que para él era algo vergonzoso ver a una chica en pijama.

Entonces papá lo abrazó como si fuera su hijo, yéndose; mamá le dio un beso en la frente prometiéndole llevar el té, los demás volvieron a sus habitaciones y yo seguía mirándolo con manos temblorosas. 
"Annika", me dijo, con los ojos cerrados (como si hubiera estado tan exhausto) y la frente sudorosa, "¿por qué sigues aquí?".
Entonces me mordí un labio y di un paso al frente, pero rápidamente me retracté. Él me vio hacerlo de reojo. 
"Puedes acercarte, yo no tener miedo a tu cuerpo...o a tu pijama". 
Comencé a reír y él también lo hizo. Me senté en su cama con cautela, porque, a pesar de todo, él era un hombre, tenía mi misma edad y yo nunca había estado en la cama de un hombre. Era incómodo, pero trataba de verlo desde la manera más amable: era un refugiado y estaba en gran dolor y pánico.
—¿Qué fue lo que viste en tu pesadilla, Samir?
—Sangre, y muerte, niños llorando, bombas explotando, soldados crueles que golpean...no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. No sabes lo horrible que es allá.
—Lo siento tanto.
—Te doy las gracias. Estoy tan agradecido con tus padres, no sabes cuánto. Haré lo que sea para pagarles esto.
—No, no tienes que. Por favor. Nosotros no damos para que nos lo devuelvan. Damos porque amamos. Así es como Jesús lo hizo.
—Veo más maravillas llegándoles a los que confían en Jesús que a los que confiamos en Alá —sus ojos se encharcaron de agua—. Los soldados matan gente otros países... en nombre de Alá. Asesinan niños en nombre de Alá. Violan a mujeres en nombre Alá, las golpean. ¿Crees que si existe un dios, esto es lo que quiera? ¿Muerte, horror, sangre, lágrimas de inocentes? Si existe un Supremo, quien es Alá, se supone... ¿es esta su soberanía, su amor hacia su pueblo?
—Yo conozco a un solo Dios que de las cosas malas y los problemas hace algo hermoso y bueno. Hace de nuestras vidas una obra de arte con propósito y completa esperanza. Jesucristo te ama, es por eso que hizo el más grande acto de amor jamás visto: murió por ti.
—Entonces, si algún día tengo el placer de conocer a ese Jesús de cerca, para aliviar mis dolores, juro que lo haré.
Asentí y sonreí —¿Seguro que estás bien?
—He tenido días peores.
—Samir...
En eso llegó mi madre con el té y lo llenó de besos. Quise decirle que de verdad tenía deseos de ayudarlo, pero entonces me levanté y fui directo a la puerta. Cuando iba a salir, él gritó mi nombre y yo lo miré. "Gracias", articuló con la boca.

Pero las pesadillas seguían estando ahí al pasar los meses, y de nuevo todos se levantaban, aún si era muy tarde de madrugada. Samir y yo nos habíamos vuelto tan cercanos que me arrodillaba delante de su cama y tomaba sus manos entre las mías y le susurraba palabras de ánimo. A veces le recitaba versículos de la Biblia. 
"El Señor es mi pastor, nada me faltará, en lugares de delicados pastos me hace descansar, junto a aguas de reposo me pastoreará, confortará mi alma..."
"En paz me acostaré y así mismo dormiré, porque solo tú Jehová me haces vivir confiado".

Y cuando pasaban por ahí los soldados alemanes, observando e inspeccionando a los refugiados en los hoteles o en los mismos refugios, cuando Samir escuchaba los helicópteros rondar, se ponía a llorar. Le crujían los dientes del terror. Un día no pudo soportarlo más y escapó a su habitación. 
Lo seguí hasta allá y lo oí llorar en su cama, no prendió las luces porque aún se apreciaba el color del crepúsculo entrando por las ventanas.
Me arrodillé frente a su cama e hice una oración a Dios por él, después recité el Salmo 91. 
"Diré yo a Jehová: Esperanza mía y castillo mío, mi Dios, en quien confiaré"...
—Sí—dijo él entre lágrimas—; sigue, por favor. Esas frases siempre me ayudab un poco más...
"Solo Él puede librarte de trampas ocultas, y plagas mortales, pues te cubrirá con sus alas y bajo ellas estarás seguro. Su fidelidad te protegerá como un escudo.
No tengas miedo a los peligros nocturnos, ni a las flechas lanzadas de día; ni a las plagas que llegan en la oscuridad, ni a las que destruyen en pleno sol..."
Mientras decía esto, él tomó mis manos con fuerza y yo acallé mi voz.
El sol comenzó a esconderse detrás de la ventana y en la habitación solo danzaban luces violetas y blanquecinas claro-oscuras. Entonces de pronto él besó mis manos.
Me impresioné bastante, pero un pensamiento sobrepasó mi cabeza, éste me decía que era una muestra de gratitud, de pura amistad, de buena amistad.
Pero Samir irguió su cabeza de nuevo y me di cuenta que nuestros rostros casi se tocaban. Sus ojos eran de un chocolate claro, sus mejillas estaban relucientes a causa de las lágrimas... y yo ya no sabía cómo esconder el rubor en mis mejillas.
Samir acercó su rostro un centímetro más al mío, lentamente, y ladeó la cabeza, cerrando un tanto los ojos. Supe a dónde llevaba esto, y sentí miedo y emoción al mismo tiempo. Sentí como si el momento se hubiera preparado especialmente para nosotros, tan romántico y tan cursi con la habitación casi en penumbras. Nunca en mi vida soñé con esto, y no lo esperaba. Ni siquiera pensé que a Samir le gustara yo. O a mí él.
Así que nos besamos. No con pasión, pero sí con dulzura. Era algo más bien delicado, gentil, trataba de no hacerme daño. Él me estaba dando todo su amor, me entregaba toda su confianza. Es como si esa noche se hubiera rendido a mí en cuerpo y alma. 
Me acarició el rostro con toques cariñosos, metió sus dedos entre mi cabello con ternura, me tomó entre sus brazos y pude oír los latidos de su corazón. 
—Perdóname—fue lo primero que dijo con lágrimas en los ojos todavía —. Yo soy la víctima aquí y tú estás tratando de ayudarme, me estoy aprovechando de eso. Soy muy tonto.
Tomé sus manos delicadamente —Los caminos por donde estamos caminando son misteriosos, pero no son peligrosos. Así que no te detengas.
Él sonrió con ojos brillantes—Se supone que estamos en tiempos modernos —habló con voz queda y ronca—, se supone que declararme y decir "te amo" ya es una cursilería. Pero para mí esto es universal. El amor es universal, digamos las frases que digamos. Así que si decir "te amo" es un cliché... diré "te amo" igual, pero en árabe.
Dejé de abrazarlo, me erguí y lo miré a los ojos. Samir tomó mi rostro entre sus manos y sonrió: Ana Uhhibuki.
Y yo contesté: Ich liebe dich auch. "Te amo también" en alemán.
—No importa lo que pueda pasar mañana —me susurró—, tuvimos el hoy.

Al otro día volvimos a la escuela y bromeamos, reímos y volvimos a besarnos y abrazarnos antes de entrar a clases. 
Esa fue la última vez que lo vi. Fue el último beso y el último abrazo. Lo último que recuerdo es que me tomó de la mano y me dijo: "No olvides lo que te dije ayer". Nunca soñé con lo que pasó. No lo vi venir. 

El día anterior me dijo que tenía que ir a entregar unos papeles para nacionalizarse como alemán y poder tener una vida como ciudadano legal. Me dijo que yo era suya y que él era mío, que tendríamos una vida, que estudiaría y terminaría su carrera para ser mejor en la vida. Insistí en que tenía que ir con él, pero él se rehusó severamente. Dijo que no quería exponerme a nada. 
Cuando llegué a casa a las 6 de la tarde, todos preguntaron por él. Se me hizo raro que todavía no hubiera llegado. Llamé por el celular, mandé mensaje. Nada. Pensé que era muy importante lo que tenía que arreglar y que seguramente no podía contestar mientras hacía los trámites. Esperé una hora y volví a llamar y a llamar y a llamar, nunca contestó. 
Encendimos la pantalla y el noticiero de la noche ya anunciaba que había sucedido una tragedia en la Embajada Alemana, que es a donde él había ido. 
Un grupo de 3 yahidistas clandestinos aparecieron en escena a afueras de la Embajada y dispararon con ametralladoras a los civiles, asesinando a 20 de ellos, y 30 quedaron mal heridos.
Entre los 20 asesinados estaba Samir. 
Mis padres fueron a recogerlo a la morgue mientras Hans y las otras chicas me consolaban.
Yo lo veía todo en cámara lenta, mis propias lágrimas me ahogaban, el sonido de mis gemidos me trastornaba. Me revolcaba en los brazos de mi hermano, desecha y desolada. Ahora entendía a los padres que perdían a sus hijos. A los hijos que perdían a sus padres. A las familias que se perdían entre ellas. A los amigos que quedaban muertos en las aceras árabes. A los niños inocentes con la cabezas en el suelo.

No entendía la guerra, no sabía qué era realmente. No entendía mi libertad. No sabía todo lo que tenía. Lo único que sabía ahora era todo lo que había perdido. 

Qué tonta e egoísta fui. Qué tonta y egoísta soy. 

Entendí lo que es una guerra cuando él murió, es así como la guerra también hizo sus crueles estragos en mí. Nunca más fui ajena a ella. Nunca más estuve tan tranquila después de lo que pasó.
Me preguntaba si lo había ayudado honestamente, con todas mis fuerzas y mi corazón. Me preguntaba si Dios había puesto este anhelo en mi corazón.

No me enojé con Dios, porque sabía perfectamente que Dios no planea las cosas malas que pasan en el mundo, Él solo ayuda a recoger y restaurar todos los platos rotos al final del torbellino. Simplemente hay cosas infinitas que como humanos finitos nunca sabremos, y debe ser por algo que no las sabemos, y no creo que estaríamos preparados para saberlas.
Pero me preguntaba si él me había recordado en su último pensamiento. 
El mismo ciclo de Samir llegó a mí, semanas después también tenía tenía pesadillas y ya no podía ver a los soldados sin sentir que no habían hecho para salvar a mi Samir. Salir a la calle comenzó a asustarme. Lloraba y era impotente. No tenía sentido llorar más porque ya estaba seca, pero seguía haciéndolo. Su nombre sería por siempre el nombre de mis labios, porque el momento, aunque muy pequeño, no había sido fugaz ni fatuo, había sido infinito.

No olvidé sus palabras. Nunca en mi vida, porque de él era todo lo que me quedaba.
No importa lo que sucedió después, tuvimos el hoy.


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